El mármol negro se hizo añicos, y los fragmentos salpicaron por toda la habitación.
Tan pronto como Sally cerró los ojos instintivamente y los volvió a abrir, se arrepintió. No debería haberlo hecho.
Winston aún sostenía el objeto de color cobre en su mano.
Al principio, pensó que era un puro. Lo sujetaba con ambas manos de manera casual, como si se tratara de algo cotidiano. Su forma y color también podían confundir a cualquiera. Pero ¿podría un cigarro ser tan grueso como la muñeca de Sally?
La había enviado a esa habitación con el pretexto de limpiarla, y el descubrimiento era inquietante. Lo que realmente la horrorizaba no era solo que él se estuviera masturbando en secreto, sino que siguiera sosteniendo su miembro en las manos incluso después de haber sido descubierto.
“Este maniático pervertido es realmente…”
Hasta ese momento, llamar a Winston “maniático” era una mezcla entre insulto y verdad. Pero ahora, esa etiqueta era un hecho irrefutable.
Un maniático que, sin duda, debía ser internado en un hospital psiquiátrico de inmediato.
Sally trataba de contener las lágrimas.
Por la causa de derrocar a la monarquía corrupta y construir un mundo más justo, había aceptado todo tipo de misiones sucias y degradantes. Pero, ¿tenía que incluir mirar el obsceno y grotesco pene del enemigo como parte del sacrificio? Por primera vez, sintió una duda que nunca antes había experimentado.
“Si algún día la monarquía cae, lo cortaré en pedazos con una guillotina.”
—¿Qué pasa? ¿Es la primera vez que ves algo así? —preguntó él con una voz clara y burlona.
Sally, aún en estado de shock, se dio cuenta de que había estado mirando fijamente aquel objeto horrible sin apartar los ojos. Sobresaltada, alzó la vista hacia Winston, quien sonreía con un brillo travieso en los ojos.
¿Cuál era la diferencia entre una sonrisa aparentemente limpia y un acto tan sucio? Aquel bastardo asqueroso ni siquiera parecía avergonzado. Todo lo contrario, parecía disfrutar el momento, como si estuviera probándola.
Fue entonces cuando Sally comprendió la verdad: no lo habían pillado por accidente. Winston lo estaba haciendo deliberadamente, esperando ver cómo reaccionaría ella.
No entendía qué tipo de juego enfermizo era ese. Había oído hablar de los métodos que los realistas usaban para identificar espías, pero nunca había imaginado algo tan grotesco.
—¡Lo siento, capitán! —dijo abruptamente, tratando de desviar la atención y buscar la oportunidad de huir.
El sonido de una silla deslizándose sobre la alfombra anunció que Winston se había levantado. Cada paso que daba resonaba en su mente como un golpe sordo, mientras su corazón latía con fuerza.
—Puedo hacer todo lo que el capitán necesite —respondió, tratando de mantener la compostura. Pero en su interior, sabía que estaba atrapada.
Winston se inclinó hacia ella, su voz se tornó más suave, casi un susurro.
—¿Puedes mostrármelo?
Sally tragó saliva, sintiendo que el aire en la habitación se volvía pesado.
Antes de que pudiera responder, él la agarró del brazo y la giró para enfrentarla. Sus ojos, de un azul pálido y frío, escudriñaban los suyos, buscando algo que Sally no estaba dispuesta a revelar.
Era como si Winston disfrutara el juego de poder, controlándola con cada gesto, cada palabra.
“Este hombre está loco. Completamente loco.”
Cuando Sally finalmente logró apartar la mirada, él sonrió con satisfacción. Su sonrisa era perturbadoramente perfecta, como si disfrutara viéndola al borde del colapso.
El juego de Winston no era solo físico, sino también psicológico. Su comportamiento calculado era aterrador, y cada acción parecía diseñada para quebrarla.
Pero Sally no estaba dispuesta a ceder. Aunque temblaba por dentro, decidió que no le daría el placer de verla caer.